Locura de las multitudes – De las deudas de guerra de la Corona al mercado de valores

De las deudas de guerra de la Corona al mercado de valores

“Los mercados de valores en su forma moderna fueron creados en gran medida para vender acciones de estos nuevos monopolios reales, tomando en pago bonos del Estado. Así es como Gran Bretaña creó la Compañía de las Indias Orientales en 1600, el Banco de Inglaterra en 1694 (con el monopolio de la emisión de billetes bancarios) y similares privilegios comerciales con determinadas regiones, así como otros derechos de monopolio para su venta, principalmente a tenedores de bonos.

Para maximizar lo que recibían por estos monopolios, los Gobiernos promovieron los mercados de valores como vehículo especulativo. La «locura de las multitudes» siempre ha requerido del acicate de las autoridades públicas y de los líderes de opinión. Para maximizar lo que podían obtener de los tenedores de bonos, los Gobiernos británico y francés patrocinaron burbujas financieras, con el fin de liberarse de la necesidad de recaudar impuestos para pagar los intereses. Lo que hizo que las burbujas de Misisipi y del Mar del Sur de la década de 1710 fueran diferentes de las ventas anteriores de monopolios reales en el mercado de valores es que no valían ni de lejos lo que se convenció al público de que pagara. Sin embargo, la experiencia ayudó a impulsar el mercado de valores como un vehículo de inversión popular. Su atractivo —y el de las burbujas financieras— ha sido siempre la esperanza de obtener ganancias rápidas y fáciles, que generalmente incluyen apalancamiento de deuda.

Estas tácticas fueron refinadas por John Law, el economista escocés que ejerció el cargo de controlador general de Francia al mando del duque de Orleans, a principios de la década de 1700. Para saldar la deuda de la Corona de Francia, creó la Compañía de Misisipi, con vistas a desarrollar la esclavitud en las plantaciones de lo que después se llamaría el territorio de Luisiana (en honor a Luis XIV). Gran Bretaña emuló el esquema, con la esperanza de deshacerse de sus propias deudas de guerra, mediante la privatización del monopolio del comercio de esclavos —el llamado asiento—, que su Armada le había arrebatado a España. Este tratado se convirtió en el único activo de la recién constituida South Sea Company, llamada así porque a través del Atlántico Sur se enviaba a los esclavos desde África al Nuevo Mundo. Juntas, estas dos burbujas patrocinadas por el Gobierno prometían generar enormes riquezas en el sector de mayor crecimiento del siglo XVIII: el tráfico de esclavos africanos, que vino a ser la versión de entonces de la burbuja de las puntocom de la década de 1990. Los beneficiarios fueron los Gobiernos francés y británico, junto a insiders con información privilegiada, que formaron parte de una operación que hoy llamaríamos de pump and dump.

Los Gobiernos francés y británico aceptaron que el pago por las acciones de estas compañías pudiera hacerse en sus propios bonos —por su valor nominal total—. Esto supuso una ganga para los tenedores de bonos, debido a que estos podían comprarse con un gran descuento, lo que reflejaba una duda generalizada de que realmente pudieran pagarse. Los precios de los bonos subieron a medida que nuevos compradores los utilizaban para comprar acciones de las compañías del Misisipi y de los Mares del Sur. Casi ningún dinero del recaudado por estas empresas se invirtió en realidad en llevar a cabo negocios y generar un beneficio. Lo que se vendió fue la esperanza —las acciones de unas ganancias puramente potenciales—. Los inversores solo necesitaban poner un 10 por ciento del precio de compra de las acciones a suscribir. Al llegar el momento de vencimiento del segundo pago, el precio de las acciones podía haber subido en por lo menos esa cantidad, duplicando la suma del pago inicial. Este apalancamiento de deuda —la compra a crédito con solo un pequeño pago inicial— amplía las ganancias y las pérdidas en el precio de los activos, tanto al alza como a la baja. Esta fue la estrategia que utilizó Margaret Thatcher para popularizar la privatización de British Telecom y las posteriores liquidaciones de activos estatales, proporcionando rápidas ganancias especulativas a los primeros compradores con pequeños pagos iniciales.

La táctica del Gobierno era vender acciones con el fin de quitarse de encima los bonos en lugar de impagarlos, persuadiendo a los tenedores de bonos de que los intercambiaran por acciones de las nuevas compañías. Cuando se completó el canje, se dejó hundir el precio de las acciones. El Gobierno derramó lágrimas de cocodrilo ante la «locura de las multitudes» que... ¡él mismo había animado! Fue una locura cuidadosamente orquestada. Los iniciados o insiders, que tenían información privilegiada, evitaron las pérdidas vendiendo a tiempo.”


(en Mi.Hu.)